jueves, 6 de octubre de 2016

LOS WAKA DEL MONJE SAIGYÔ

  


  El Monje Saigyô nació en Japón en 1118, en una rama me-
nor del poderoso clan Fujiwara, hecho que le permitió parti-
cipar de la vida cortesana, de riquísima cultura en la que era
entonces la capital del país, Heian. Cabe decir que en el siglo
XI, Heian era uno de los lugares más cultos del planeta. El si-
glo XII, en cambio, ya era testigo de la lucha encarnizada por
el poder entre los Taira y los Minamoto, hasta que estos últi-
mos tomaron el poder en 1185. Eso significó el traslado de la
capital al pueblo fronterizo de Kamakura. A los 23 años, Sai-
gyô se convirtió en monje budista. En ese momento magnífico
de la poesía japonesa, en la forma de tankas o wakas, primaba
la metáfora botánica, ciertamente vinculada a las cuatro esta-
ciones. Las convulsiones del siglo envolvieron a Saigyô y las
formas poéticas, aunque retuvieron los 5 versos y las 31 síla-
bas. Pero el colapso de la sociedad centrada en la ciudad de
Heian, que había comenzado en 794 (hoy se llama Kyoto),
significó el fin de una forma de poesía extremadamente cul-
ta, tal como aparece reflejada en la primera novela escrita en
el mundo, en este caso por la Dama Murasaki, llamada El 
cuento de Genji. Ya en 1156 hubo un golpe de estado en 
Heian y a partir de ahí, comenzó a correr la sangre. Hasta el
tradicional concepto de mujo (cambio) sufrió una transforma-
ción y se lo vinculó a la llegada de guerras, así como otras
catástrofes (inundaciones, terremotos, etc.). Saigyô está en
el centro de ese cambio de paradigma. Su nombre de bautis-
mo era Norikiyo; la suya era una familia perteneciente a la
rama Satô del clan Fujiwara, de formación militar. Norikiyo
siguió esta tradición y se convirtió en capitán del cuerpo de
élite de guardias que protegían a la familia imperial. Grandes
poetas de ese tiempo se reunían en el palacio. Ya antes de
adoptar los hábitos religiosos, Saigyô había abrazado la idea
de probarse al máximo, un hecho que condicionaría también
su vida monacal. En 1147 inicia su primer viaje, al lejano
norte. Su segundo gran viaje lo realiza en 1168, a los 51 años
de edad, dirigiéndose a la isla de Shikoku. En 1180 se muda a
Ise, el sitio más sagrado de la religión del Shinto. Era el mo-
mento de las más feroces batallas entre los clanes enemigos.
La tragedia de la guerra lo golpeó duramente. A los 69 años,
vuelve a viajar al noreste, retomando la ruta que había em-
prendido en su primer viaje. Murió en 1190, tal como había
predicho en un poema: 
   Que sea de esta manera:
   Bajo las flores del cerezo,
     Una muerte de primavera,
   En el medio del segundo mes
   Cuando la luna esté llena.

 Más tarde ese hecho lo convertiría en santo para muchos,
que le asignaron un conocimiento sobrenatural. Más allá de
eso, sin duda el monje Saigyô es uno de los mayores poetas
japoneses. Matsuo Bashô, el mayor poeta japonés para el
canon, eligió a Saigyô como el maestro de quien más había
aprendido en el arte poético: "una mente a la vez obediente de,
y, a la vez, unificada con la naturaleza a través de las cuatro
estaciones."
 Espero que no se haya perdido la musicalidad de este maestro
en las traducciones. Saigyô no era especialmente respetuoso de
la sintaxis tradicional. Dentro de los límites aportados por el gé-
nero se trató de un explorador del mismo.



  

  La nieve ha caído sobre
  Los senderos del campo y los de la montaña,
  Enterrándolos a todos
  Y no puedo distinguir el aquí del ahí:
  Mi viaje en la neblina del cielo.



  Cerré el viejo año
  Y sostuve un sueño de primavera detrás
     Mis ojos cerrados... hasta ahora
  Esta mañana los abro para ver
  Que realmente ha venido al mundo.



  Abarcando toda la primavera
  Como compañía para mí, un otro
    En una choza de ermitaño-
  ¡No abandones tu nido
  Aquí en el valle, parúlido!



  Viajando solo:
  Ahora mi cuerpo conoce la ausencia
     hasta de su propio corazón,
  Que se quedó atrás ese día cuando
  Vi las copas de los árboles de Yoshino.



  Un mundo sin
  La dispersión de las flores,
     Sin las nubes
  Sobre la luna me privarían
  De mi melancolía.



  ¿Por qué yo, que rompí
  Tan completamente con el mundo,
  Encuentro en mi cuerpo
  Aún el pulsar de un corazón
  Alguna vez teñido por los tintes de las flores?



  Debo esforzarme para ver
  Los escasos capullos que este viejo árbol    [Un cerezo]
  Trabajó para abrir...
  En el pathos somos uno y me pregunto
  Cuántas más primaveras habremos de encontrarnos aquí.



  Las limitaciones idas:
  Desde que mi mente se fijó a la luna,
      La claridad y la serenidad
  Hacen algo para lo cual
  No hay fin a la vista.



  Ni un atisbo de sombra
  Sobre el rostro de la luna... pero ahora
    Pasa una silueta-
  No la nube que pensé que era,
  Sino una bandada de ánades.



  Pensé que estaba libre 
  De pasiones, así que esta melancolía
  Viene de sorpresa:
  Una perdiz se dispara del pantano
  Donde cae el crepúsculo de otoño.



  Todos los caminos desaparecidos
  Bajo espesuras de hojas caídas,
     Que enterraron mi casa-
  Completamente fuera de temporada,
 ¡Encerrado ya por el invierno!



  La mente por la verdad
  Comienza, como un arroyo, superficial
    Al principio, pero luego
  Agrega más y más profundidad
  Mientras adquiere mayor claridad.



  Con la luna ahí arriba
  Tan brillante, todas las nubes
     Se hundieron bien abajo
  En el valle, urgidas a lo largo
  Por vientos que barren las cumbres.



  Haciéndome un camino
  A través de los tumultuosos rápidos
     Del Río Miyataki,
  Tengo la sensación de ser lavado
  Limpio hasta la base de mi corazón.



  Montañas Yoshino:
  Acá abajo son cascadas de
     Agua esparcida con
  Pétalos blancos; allá arriba en las cumbres
  Arranca corriendo bajo nieve espesa.



  Delicadas gotas de rocío
  Sobre una telaraña son las perlas
     Enhebradas en collares
  Usados en el mundo que el hombre hace girar:
  Un mundo que se esfuma rápido.



  La gente se va
  Y la verdad de este mundo pasajero
     Me impresiona
  De vez en cuando... pero sino mi opaca
  Sensatez dejan que esta verdad también se vaya.

     [Irse: morir]



  Montañas Yoshino-
  El que llegará a conocerlas
  Por dentro y por fuera seré yo,
  Ya que me he habituado a ir
  A tus profundidades buscando flores.



  Durante muchas primaveras
  He venido aquí a encontrar
      Y unir mi mente
  Con las flores que brotan- así que
  Estoy hecho de muchas recolecciones.



  Enrulándose en el calor,
  Estas hojas de pasto de un pequeño prado
    Ahora encuentran refugio
  Bajo refrescantes nubes: cae la noche
  Con lluvia de un cielo vasto.



  La luna de esta noche revuelve
  La memoria de un pacto para permitir
    Que haga esto con nosotros:
  Tal vez ella, allá donde nos amamos,
  Tiene las mangas mojadas de lágrimas como las mías.



  Mientras cada noche de otoño
  Se torna más fría que la anterior,
   El chillido del grillo
  Se vuelve más débil: cada noche se
  Mueve más lejos en la distancia.



  En un arroyo de montaña,
  Un pato mandarín que se volvió soltero
    Por la pérdida de su pareja
  Ahora flota calladamente sobre las pequeñas olas:
  Un estado de ánimo que conozco bien.



  ¿Así, entonces, es el que
  Ha arrojado su sí mismo
  Aquél que se piensa es el perdedor?
  Pero aquel que no puede perder su sí mismo
  Es el que realmente ha perdido.



  En ninguna parte hay lugar
  Para detenerse y vivir, así que sólo
     Todos los lugares servirán:
  Cada choza hecha de pasto pronto deja
  Su lugar en este marchitante mundo.



  Un pequeño brote en un jardín
  Cuando hace mucho vi este pino-
    Ahora tan crecido, sus altas
  Ramas en su susurro dicen
  Que el tiempo pasa y una tormenta se avecina.



  En profundo ensimismamiento 
  Acerca de cómo el tiempo lo sacude todo,
     Escucho golpes cayendo
  Sobre la campana de un templo... extrayendo más
  De sus sonidos y de mi tristeza.



  En el retrato 
  Emergiendo sobre la luna espié
     Tu rostro... tan claramente,
  La causa de las lágrimas que entonces
  Arrojaron rápidamente a la luna de vuelta a las nubes.



FUENTE

Saigyo. Mirror for the Moon. Translated with an introduction
by William R. LaFleur. Foreword by Gary Snyder. New Di-
rections, 1978.

Versiones del inglés: Robert R. Rivas (c)

  



  




  



  
  

  

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