lunes, 17 de junio de 2013

IMPERIOS DE LA NOCHE Y DE LOS SUEÑOS

 Se trata de una tribu pequeña y no de las más diestras
de la estepa. A diferencia de las grandes hordas temibles
e indetenibles, la suya es una mísera columna de unos 40
caídos en desgracia. Sus conquistas son casi absurdas pa-
ra los otros. Una finca mal protegida, un islote deshabitado,
un pozo de agua. Con tales recursos no logran conquistar
ciudad alguna. Entonces las arriendan, por unos días, ciu-
dades marginales, con alguna clase de palacio, eso sí, por-
que si no carecería de sentido. Contratos estrictos. Durante
cierta cantidad de días -se gastan en eso todo lo que juntan-
arriendan propiedades y servicios. Parece que toda la ciudad
les perteneciera. Todos trabajan en apariencia para estos Se-
ñores. Les traen informes de las fronteras, se despliegan sus
estandartes algo sucios, se los atiende con cortesías reserva-
das para los grandes Emperadores Mongoles. Suyos son el
palacio y la plaza mayor. Las más bellas mujeres bailan en
sus desoladas fiestas, aunque no pueden tocarlas; y los me-
jores músicos de la ciudad asisten al palacio y, aunque no
tañen ni una nota, beben a su salud. Al cabo de unos pocos -demasiado pocos- días- y agotadas sus arcas, -cada día sale
más caro arrendar una ciudad cualquiera- parten entre las
burlas y los conatos de ira de los habitantes.
 En general, la mayor parte lo hace la noche anterior al día correspondiente. Dejan apenas una pequeña comitiva, que
se retira por una callejuela lateral a la mañana siguiente,
mostrando los dientes y arriesgando el pellejo.
Rotas están desde hace décadas las vértebras de sus frases.
Cabalgarían, si aún tuviesen algún caballo.
Festejarían, si hubiesen degollado a alguien.
Pero todos y cada uno de los humanos encuentra en este
mundo algún consuelo: unos pocos han escabullido entre
los andrajos algunos objetos de valor. No es mucho: se tra-
ta de cosas que deben pasar desapercibidas para no desper-
tar persecuciones ni venganzas.
Pero ya han reiniciado la acumulación de bienes suficientes
como para un nuevo alquiler. Cada vez más breve, de luga-
res cada vez más remotos e insignificantes. Pronto serán si-
tios sin palacio. Luego sin plaza.
Esperan, sin embargo, un golpe de fortuna.
¡Cómo no!
¿Y por qué no habrían de tenerlo, después de todo?
Si nunca se sabe...
En la estepa y en la noche, junto a improvisados fogones,
se sientan a recordar los días gloriosos de su estirpe.
Y sueñan con asaltos fulminantes a nuevas Grandes Ciuda-
des Imperiales, y con sus raptos, violaciones, captura de te-
soros y masacres formidables.

No hay comentarios: